Cogiendo prestado el título de uno de los libros de Valeria Luiselli y la manía de George Perec de hablar sobre él mismo sin jamás hacerlo directamente, he decidido que la forma menos fallida de presentarme será hablando de mis molares y mis incisivos: dos órganos mineralizados alojados en mi boca que bien sirven como mapa y máquina del tiempo, y que probablemente cargan con más recuerdos y complejos que cualquier otra parte de mi cuerpo.
En la planta número seis del Hospital Ángeles del Pedregal, en el consultorio número 614, se encontraba el doctor Santiago Villalobos Huerta. El hospital es un recinto lujoso creado para gente que puede pagar 150 pesos mexicanos por hora de estacionamiento, además de tratamientos de odontología. A ese lugar iba por las tardes, cansada, aburrida, despeinada y uniformada. Me llevaba mi madre después de la escuela siempre en contra de mi voluntad. Cuando me tocaba recostarme en el sillón dental abría la boca y cerraba los puños. Contaba los minutos para salir de ahí. A veces lloraba y siempre me sentía como una niña buena porque me daban una paleta al salir, aunque me hubiera portado fatal.
Las visitas al consultorio del doctor Villalobos Huerta pausaron al cabo de dos años porque en casa ya no había el dinero suficiente para pagar la consulta y tampoco el estacionamiento del hospital. Aquella noticia fue un alivio hasta que un buen día, algunos años más tarde, en medio de una pelea a puñetazos entre yo y otra adolescente enojada en el patio del colegio, ella me gritó: «pareces un pinche ratón» y el mundo entero se me vino abajo. Mis dientes incisivos, de pronto, se convirtieron en la totalidad de mi personalidad.
La única forma que encontré para dejar de pensar en mis dientes fue leyendo libros y tomando alcohol. El etanol hacía que pudiera pensar en otras cosas como la música, la noche y el chico de turno que tuviera enfrente. Los libros me demostraban que había un mundo entero más allá de mi boca. Poco a poco mi identidad se fue alimentando de otros insumos, aunque mis dientes fueran siempre la capa de base y a pesar de que aquellas distracciones acabaran por modificar el objeto de mi obsesión: dos veces el alcohol me hizo perder el equilibrio cayendo de frente sobre el asfalto astillándome los dientes número 11 y 17, ambos del maxilar superior.
El amor provoca que nuestras coordenadas internas cambien de dirección; el Norte pasa a ser el Oeste, y el Sur pasa a ser el Este. El mundo da vueltas y ciertas definiciones o prejuicios dejan de ser válidos. Prueba de ello fue el día en que, sentada frente a un chico que quise con la fuerza con la que se quieren las cosas efímeras, me dijo que lo que más le gustaba de mí eran mis dientes. “They make you look so cute”. Y entonces empecé a vestir mis dientes con orgullo, les dejé de tener vergüenza. Comencé a sonreír con más ganas y frecuencia. Dejar que alguien nos quiera es una revolución espeluznante. El amor es siempre un punto de inflexión.
A día de hoy mis dientes son algo que tengo, sin más. Aunque hay días en los que los odio y días en los que no, desde hace un par años son más los días en los que intento cuidarlos en lugar de juzgarlos. Supongo que esa podría ser una gran descripción de lo que se siente hacerse mayor. He dejado el cigarro, en gran parte, porque sé el daño que le ocasiona a la dentadura; ya no bebo hasta perder el equilibrio; ahora compro pastas de dientes en la farmacia y no en el supermercado; reservo un rato del día a usar el hilo dental; voy al dentista y he retomado los tratamientos que se quedaron a medias en mi infancia.
Supongo que escribo sobre mis dientes por no tener que decir que no tengo muy claro por qué he empezado un blog. Yo ya sabía que no existe manera digna de presentarse ante el mundo y menos de justificar ciertas cosas que a veces solo le hacen sentido a una misma. Lo hago porque siempre he querido hacerlo y nunca se me ha quitado el miedo; lo hago porque mis pensamientos ya no caben en un post de Instagram; lo hago porque quiero dejar constancia de ciertas cosas; lo hago porque escribir es la única acción que me permite sacarle brillo a mis dientes.
Si llegaste hasta aquí: bienvenida :)